viernes, 3 de septiembre de 2010

Cualquier lugar

Era una estación de tren de esas que existen a las afueras de una gran ciudad en algún sitio. Da igual realmente donde. La amalgama de papeles, envases y desperdicios acumulados a los lados de los raíles contrastaban en un interesante collage con el colorido de los carteles y las luces de neón que decoraban una calle recta, aburrida y solitaria que se perdía en el infinito.

El tren pasaba por arriba de aquel micromundo que ya había visto en otros muchos sitios y que probablemente repetía miméticamente miles de idénticos micromundos repartidos por la parte afortunada de la faz de la tierra, esa que compone la civilización occidental. Calles sin personalidad que se cruzan dejando en sus recovecos viviendas de mayor o menor precisión, de mayor o menor belleza, de mayor o menor sentido…

El tren estaba parado mientras pensaba sobre el tipo de gente que podría vivir en un sitio así así que mi efervescente imaginación se disparó estúpidamente hacía parajes, historias y paisajes que encajarían como una orquesta afinada en el exquisito imaginario del festival de Sundance. No tenía razón para llevar mí aureola ficcionada hacia ese terreno pero la mente humana huye sin querer del aburrimiento y a mí me encantan imaginar sobre escenarios que no invitan a ello.

Entonces, de una casa cualquiera en cualquier sitio, salió un chicho alto y delgado. Como yo. Tenía un abrigo parecido al que yo tenía doblado en el asiento de al lado y el mismo corte que descolocaba su pelo. Con un gesto impreciso pero natural y nada forzado giró su cabeza hacia el tren y miró a mí ventana como si me estuviese mirando a los ojos. Esa era al menos mi sensación. No me asusté y sostuve la mirada los segundos que faltaban hasta que el tren volvió a ponerse en marcha pero fue tiempo suficiente para saber lo que aquel chico estaba pensando al verme.

Estaba pensando lo mismo que yo.

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