miércoles, 26 de enero de 2011

Jugando a ser mentira

Jugamos a ser mentira. Tú sonríes como un iceberg que enseña el blanco y esconde el inmenso negro y yo sonrío como un koala de peluche que da cobijo a una jeringuilla infectada. Tú me lanzas un beso plastificado en poliestireno barato y yo te pongo la mejilla que me sobra. Tú me recuerdas por casualidad que existimos cuando la casualidad no es tal y mientras yo me lavo la pereza con independientes anécdotas de perdedor, diseñadas y crecidas exclusivamente para entretener.

Y seguimos jugando a ser mentira. Cuando lavas la cara en público y cuando escondes las canas de tu fétido aliento. Cuando tratas de aparentar rigor en la dote social y cuando te zambulles entre espumas de perfume en una inmensa piscina de de cabeza, ojos y brazos que supuestamente de adoran. Lo haces cuando rías y lo haces cuando evitas que te vean llorar. Cuando el mundo es un paraíso multicolor en el que los culpables de tu envidia no sobramos y cuando el telúrico gris de los miércoles se agarra a tu cabeza con el peso muerto de la desgracia.

Jugamos a ser mentira. Con paciencia y sin ella. Con tiempo o sin el. Con razón o sin ella. Con recuerdos que se pudren en la acera y sin goles que marcar de penalti injusto. Con remedios infantiles para no sudar y que jamás funciones y sin ganas de tener que perdonar. Con enemigos o sin ellos. Con suspiros y maldad.

Jugamos a ser mentira.

jueves, 20 de enero de 2011

Paris

El sitio era pequeño y olía a te. Hoy sería incapaz de llegar y no creo que mis pies vuelvan a pisar nunca más en mi vida aquel distrito. Recién llegado por primera vez a ese precioso universo crecido al albor de la antigua Lutecia, perdido ante la inmensidad de la inmensidad, aturdido por un extraño lenguaje que parecía incluso más extraño fuero de los libros y absolutamente desorientado tras varios transbordos por aquella red infinita de metro, mis ojos contemplaban a un señor de tez tostada y sudorosa cuyo pelo zaíno se sujetaba de forma zafia sujeto en lo alto gracias una suculenta mezcla de sudor y gomina. Sus ojos almendrados, bastante más despiertos que los míos, miraban fijamente una especie de libro de cuentas mientras fumaba un denso tabaco ácido. A pesar del humo olía a te.

Nada más entrar, el mostrador de la supuesta recepción estaba ocupado por una extraña pareja multirracial que no acerté a ver con exactitud ya que pocos segundos después desaparecía escaleras arriba. Aquel franco-magrebí de tercera generación que hacía las veces de recepcionista nos había pedido amablemente que ocupáramos un desvencijado sillón rojo que se apoyaba contra la pared de la infinitesimal recepción mientras preparaba nuestra solicitud de alojamiento. Hacía diez minutos de ello. A los quince minutos uno de mis acompañantes se atrevió a decir: “un probléme?”. “Pas de probléme” contestó con una sonrisa profesional. “¿Quieres un té?”, nos dijo en su perfecto francés.

Pasados los veinte minutos bajó por las mismas escaleras la misma pareja multirracial. Esta vez si tuve oportunidad de ver rostro joven y satisfecho de un veinteañero de aspecto argelino y el taciturno y triste rostro de una muchacha oriental. “En un minuto tengo preparada vuestra habitación”, nos dijo por fin nuestro anfitrión. “¿De verdad que no queréis un te?”

lunes, 17 de enero de 2011

Espejo

Algún día te darás cuenta y entonces osarás girar tu incómoda y exagerada cabeza esférica buscando abrigo, consuelo, consejo y bendición. Llegará ese fastuoso día como esa gota de limón que no esperabas en el borde del vaso y creerás que ese minúsculo dolor agradable que notas en la conciencia, esa dulce sensación de hinchazón que intuyes en el corazón, ese tiempo dilapidado en desprecios altivos, no era más que otro capítulo vacío de tus aburridos relatos. Espero estar allí para recordártelo. Para recordarte tu estupidez, tu necedad y tu torpeza. Será muy fácil. Será cuestión simplemente de colocar un espejo delante de ti.

Llegará el día en que descubras el fatigoso umbral de mis fascinantes y cinematográficas desdichas pero ese mismo día te darás cuenta que en lugar de entrar por casualidad por la parte de atrás bastaba con abrir tu misma las cortinas. Las cortinas que yo te enseñe por donde se abrían, por cierto, pero que te importó tanto como el resto de mi obra. Como cualquier cosa que pudiera o pudiese salir de mi talento. Nada.

Llegará el día en que descubras que eres imbécil y yo no. Que no has hecho nada y yo si. Que no eres nadie ni yo tampoco. Llegará el día en que te de cuenta que tú jamás dejarás de serlo.

martes, 11 de enero de 2011

Cuando

Cuando el día concreto lejos de ser lo de menos resultar ser todo contrario, cuando la lluvia ya no da igual y cuando el frío es realmente frío. Cuando pedir perdón, la brisa de todos los días, es tan absurdo como no pedirlo. Cuando empiezas a pensar que lo irreal es más que lo real porque lo real ni siquiera es. Cuando lo que es preferirías que no fuera y lo que fue ya nunca será. Cuando el tiempo no es un aliado ni un enemigo ni un espectador ni un purgante ni una medicina porque directamente no tiene nada que decir.

Cuando viajar en metro es una bendición porque viajar, de verdad, es una quimera. Incluso con la imaginación. Cuando el mundo es un sitio pequeño y asfixiante en el que es imposible estar solo a pesar de que en definitiva siempre lo estás. Cuando ser ignorado es un escalafón superior que se convierte en el objetivo de año nuevo. Cuando el cerebro es el único músculo que trabaja pero casi sería mejor que no lo hiciera y cuando el resto de tus músculos están literalmente agotados en el momento justo en el que se supone van a disparar el pistoletazo de salida.

Cuando tener sueño es una forma de vida y dormir una leyenda transmitida de boca en boca. Cuando las estadísticas estúpidas son el refugio del guerrero, los lamentos en el eter un crucifijo al que agarrarse y las listas de éxitos el basurero del talento. Cuando tu círculo cercano te utiliza gratuitamente para tapar grietas pero jamás te dirán ni siquiera que eres bueno haciendo eso. Cuando las promesas son más falsas que la risa y las falsas promesas cotizan en paridad con los apretones de manos.

¿Qué hacer?

lunes, 10 de enero de 2011

Grado de hipocresía

Los japoneses al menos lo reconocen. Reconocen tener dos personalidades en eterno conflicto pero aparente calma. Una es la personalidad pública. Sencilla, vulgar, reconocible. Como una bata de andar por casa o una suela de zapato de la que fácilmente se encuentran repuestos. La otra es la personalidad privada. La de casa. ¿La de verdad? Aquella que se alimenta de pureza barata y que pule su orgullo entre secretos de lupanar. Aquella que cuidamos como bonsáis de terciopelo que no hace falta regar y aquella que usamos en la intimidad de la intimidad para escarnio exclusivo del círculo íntimo. Cualquiera que éste sea. Pero, ¿existe de verdad ese sitio llamado intimidad?

¿Desde cuándo los japonenes son especiales?

¿Me quiere decir señor Jefe de jefes, me quieres decir señor resignado, que usted no es así? ¿Me quiere decir señorita prudencia y usted también, señora “buena gente”, que usted es realmente así? ¿Qué significa ser así? ¿Qué significa realmente?

Al final las sociedades modernas han resultado ser solamente una. Las sutiles diferencias, sutiles o abismales, hay que encontrarlas en el grado de hipocresía que manejan los peones de la partida. Del grado de hipocresía que cultivan y del grado de hipocresía que son capaces de soportar.

Del grado de hipocresía en definitiva.