lunes, 10 de enero de 2011

Grado de hipocresía

Los japoneses al menos lo reconocen. Reconocen tener dos personalidades en eterno conflicto pero aparente calma. Una es la personalidad pública. Sencilla, vulgar, reconocible. Como una bata de andar por casa o una suela de zapato de la que fácilmente se encuentran repuestos. La otra es la personalidad privada. La de casa. ¿La de verdad? Aquella que se alimenta de pureza barata y que pule su orgullo entre secretos de lupanar. Aquella que cuidamos como bonsáis de terciopelo que no hace falta regar y aquella que usamos en la intimidad de la intimidad para escarnio exclusivo del círculo íntimo. Cualquiera que éste sea. Pero, ¿existe de verdad ese sitio llamado intimidad?

¿Desde cuándo los japonenes son especiales?

¿Me quiere decir señor Jefe de jefes, me quieres decir señor resignado, que usted no es así? ¿Me quiere decir señorita prudencia y usted también, señora “buena gente”, que usted es realmente así? ¿Qué significa ser así? ¿Qué significa realmente?

Al final las sociedades modernas han resultado ser solamente una. Las sutiles diferencias, sutiles o abismales, hay que encontrarlas en el grado de hipocresía que manejan los peones de la partida. Del grado de hipocresía que cultivan y del grado de hipocresía que son capaces de soportar.

Del grado de hipocresía en definitiva.

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