martes, 15 de marzo de 2011

Comida

Se suele decir que ha pasado un ángel pero en el ambiente es imposible esnifar perfume celestial alguno. Más bien se respira vulgaridad, silencio, incomodidad. Más bien se pasa el tiempo entre cucharadas y sorbos. Entre miradas verticales a la cima de la mesa y gestos de despreocupación.

Ayer no era así ni antes de ayer tampoco. Ayer y antes de ayer la fuerza interior que todos tenemos, los años y años de educación cartesiana y esa extraña sensación, tan católica ella, de sentirse culpable de todas las desgracias hacía que uno pusiese encima de la mesa la llama a la que agarrarse, el hilo del que tirar, el camino al que seguir, el reo al que despellejar. Sin embargo la misma fuerza interior antiparticularizada, la misma educación estándar y la misma sensación religiosa hacían que nadie se agarrase a ninguna llama, tirase de ningún hilo o siguiese ningún camino trazado. Parecía que si pero no lo era. La gente se dedicaba a festejar la diversión con gesto opaco, a recibir de forma gratuita el entretenimiento y a despellejar al reo miserablemente.

Pero hoy me he colgado el traje de persona y me he vestido de ciudadano. Hoy me he sentado en la misma esquina con el mismo planto y la misma desazón. Hoy me he sumando al bálsamo de la templanza y al tren de de la frialdad. Hoy soy uno más o uno menos, según se mire. Hoy no se escucha nada ni se escuchará pero se siente la incomodidad. Hoy todos miran de refilón y yo me muerdo los reflejos. No pasa nada. Es fácil.

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