miércoles, 8 de junio de 2011

Libros

Las nubes se retorcían de disgusto esparciendo luz grisácea por todas las grietas de la vida pero a mí me gustaba. El cálido ruido de la sensación de placidez, los pasos firmes sobre caminos sin vehículos, la música conocida de gente pasando el tiempo y mí búsqueda desenfrenada entre los rincones de los lugares ocultos que no lo son me hacían sentir bien. Libros y más libros. Historias, recetas, pensamientos, alegrías y estupideces. Libros y más libros. Sensaciones, temores, exageraciones, arrogancias, invenciones, dibujos y arrogante sarcasmo. Libros y más libros.

Un señor de sombrero dibujaba eses entre estiletes imaginaros sumido en esa pegajosa sensación de velocidad de la que ya no puede prescindir. Una señora miraba a los zapatos de sus niñas de forma consciente pero sabiendo inconscientemente de que no había nada de su interés por encima de aquella línea imaginaria que ella misma había trazado. Un muy pequeño lector discutía amargamente pero con infinito encanto con su progenitor sobre la cantidad y calidad de los artefactos de lectura que llevaba en su bolsa. Una pareja de recién adolescentes se besaban inconscientes de espaldas a todo el mundo mientras un impertérrito y venerable anciano posaba con fervor su vista en una reciente edición de aquel libro que de forma indirecta hablaba ya entonces de su vida.

Y así, mientras me enjuagaba la vista y los sentidos decorando mi fructuosa búsqueda de clásicos indie de la novela negra, amargas postales de las cloacas del país que gobierna el mundo o retorcidos ensayos sobre la soledad humana, así, entre gentes de paseo e intelectuales de nuevo cuño, entre libros que jamás serán abiertos y encuadernadas estupideces que serán devoradas por anónimos devoradores de estupidez, entre comentarios poliédricos sobre el tamaño físico de un ensayo o el tamaño figurado de un borrón, así, me di cuenta de que no estaba solo.

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