lunes, 12 de septiembre de 2011

Puñalada

El carácter se forja, dicen. Mentira. El carácter se tiene al nacer y luego se depura según los casos. Se pinta con colores apagados o se disfraza con odas el embeleso. Se tuerce hasta que sangra y así ya no sirve para nada o se marchita conservado en líquidos conservantes. También puede ocurrir que se utilice por terceros a modo de mujer barbuda en ferias del extrarradio. Un carácter fuerte lo soporta todo mientras un carácter débil necesita ayuda, dicen los cánticos de sociedad. Maldita falacia. Maldita estirpe. Maldito asidero para retorcidos, estúpidos y desgraciados. Malditos todos los que usan las leyes exclusivamente para los demás. Malditos todos.

Y no se puede llorar porque entonces pierdes. No puedes agarrar la sinceridad porque tu fuerte carácter hace mucho daño al prójimo pero no pueden quejarte cuando eres el recipiente de una suerte de dolorosa sodomía no consentida porque entonces eres un vetusto ilusionista aburrido, que pierde el partido en cuanto emite el más ínfimo sonido. ¿Desde cuándo es el violador el que decide si está o no haciendo daño? Para algunos desde siempre. Llorón. Quejica. Hilarante gruñón. ¿Por qué habría que tomar en serio a alguien que lo tiene todo?... ¿Todo? ¿Seguro? Maldito juego éste en el que tú no participas pero siempre pierdes. Maldito juego éste al que sólo juegan algunos “privilegiados” mientras otros, pobres, se refugian entre tiritas aplicadas con mimo por los árbitros. ¿Desde cuándo la inteligencia está relacionada con soportar el dolor?

Y en mitad de la maraña la puñalada. Trapera. Barriobajera. Prescindible. Hija de puta. Puñalada en filo oxidado. Bañada en suciedad proscrita. Alimentada por rencor de alta costura. Dedicada al que tiene la desvergüenza de estudiar para aprobar. Dedicada al que da la cara. Puñalada vestida de inocente descuido. Sucia. Infame. Inesperada. Hija de la gran puta. Puñalada explicada entre presuntos elogios para el apuñalado. Puñalada que duele pero al parecer no tendría por qué doler. Puñalada vestida de inconsciencia pero armada de rigor. Puñalada anterior a la siguiente. Puñalada que no tendrá contestación pero seguirá doliendo. Siempre.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Anónimo

La gracia de usar careta era esconderse detrás. Sudar las miserias con el perfume de otro. Gritar los demonios a través de afilados dientes que aun siendo de uno, aparecían como irreconocibles. La gracia estaba en la gracia. En el hedonismo. En el puro placer de pensar. De sentir. De hablar. La nueva luz tapaba las aristas de una vida gris no como sucedáneo de la irresponsabilidad sino como remedio casero para quitar figuras de atrezzo en el reparto. La idea de fondo perseguía enfocar el cuadro sin la presencia de elementos reales que por muy reales que fueran solamente provocarían ruido.

Llegaron enseguida las veleidades de la zambullida. El ética entrópica de las guerras de sabandijas en las que gana el más fuerte. Los puños de caramelo y la desazón cardiaca del saberse tocado. Las meninges erosionadas a base de un último esfuerzo en horarios destinados al reposo del alma. Aparecieron brotes de realización arbitraria y extraña que se mezclaba con el absoluto desprecio de la sociedad que debería alimentarte el alma. Dimes y diretes. Blancos y negros. Éxitos y fracasos. Cimas y sismos. Vida encapsulada en pastillas de vetusta sensación.

Pero hasta el elixir de los dioses cansa cuando el equilibrio se rompe. Cuando el peso es tan intenso que empiezas a cuestionar el sentido a estar sujetando la pesa. Cuando empiezas a recordar el concepto de remuneración, de justica o de inteligencia poética. Aparecen entonces los sentimientos de renuncia y las listas contables sobre los beneficios épicos de abandonar la causa. Y es entonces cuando reparas en que al fin y al cabo eres anónimo.