martes, 11 de octubre de 2011

Carroza

Incluso notando movimiento alrededor era difícil darse cuenta. Y era difícil darse cuenta porque el movimiento no existía. No era tal. Eran imágenes proyectadas. Sombras invisibles en una caverna iluminada. Eran mentiras pedaleando sobre píldoras de tiempo. Reflejos baratos de una secuencia mil veces repetida. Palabras huecas rebotando en espacios confinados. Alborotados paradigmas entre la mentira y la falacia. No había nada. Nada de nada.

Yo esperaba ansioso el resultado. Apoyaba mi barbilla en el resquicio de la ventana esperando el paso de la carroza. Peleando por el mejor sitio entre el público. Preparado para coger con mis manos limpias ese caramelo lanzado desde la carroza que llevaba tanto tiempo esperando. Y esperaba. Seguía esperando. Todos me pedían paciencia y paciencia daba. Todos me reclamaban comprensión y comprensión ofrecía. Todos me animaban a esperar y seguía esperando. Primero con una sonrisa. Después calado hasta los huesos. Esperaba la llegada de una carroza decorada entre luces y bañada con fuegos artificiales. Más tarde me bastaba con ver llegar a la carroza.

Pero nunca llego. Ni llegará. Necesite mucho tiempo para darme cuenta de que estaba solo entre la multitud. Tarde demasiado tiempo en aprender a no soñar. A redactar pliegos de reclamación. Fue entonces cuando cosí mis heridas y calenté mis músculos. Recogí las migas del suelo y volví a sacar el corroído plano que había proyectado tiempo atrás. Marqué la cruz. Repasé el camino. Me remangue las mangas. Me fui en su busca. Empecé por el principio.