martes, 11 de octubre de 2011

Carroza

Incluso notando movimiento alrededor era difícil darse cuenta. Y era difícil darse cuenta porque el movimiento no existía. No era tal. Eran imágenes proyectadas. Sombras invisibles en una caverna iluminada. Eran mentiras pedaleando sobre píldoras de tiempo. Reflejos baratos de una secuencia mil veces repetida. Palabras huecas rebotando en espacios confinados. Alborotados paradigmas entre la mentira y la falacia. No había nada. Nada de nada.

Yo esperaba ansioso el resultado. Apoyaba mi barbilla en el resquicio de la ventana esperando el paso de la carroza. Peleando por el mejor sitio entre el público. Preparado para coger con mis manos limpias ese caramelo lanzado desde la carroza que llevaba tanto tiempo esperando. Y esperaba. Seguía esperando. Todos me pedían paciencia y paciencia daba. Todos me reclamaban comprensión y comprensión ofrecía. Todos me animaban a esperar y seguía esperando. Primero con una sonrisa. Después calado hasta los huesos. Esperaba la llegada de una carroza decorada entre luces y bañada con fuegos artificiales. Más tarde me bastaba con ver llegar a la carroza.

Pero nunca llego. Ni llegará. Necesite mucho tiempo para darme cuenta de que estaba solo entre la multitud. Tarde demasiado tiempo en aprender a no soñar. A redactar pliegos de reclamación. Fue entonces cuando cosí mis heridas y calenté mis músculos. Recogí las migas del suelo y volví a sacar el corroído plano que había proyectado tiempo atrás. Marqué la cruz. Repasé el camino. Me remangue las mangas. Me fui en su busca. Empecé por el principio.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Puñalada

El carácter se forja, dicen. Mentira. El carácter se tiene al nacer y luego se depura según los casos. Se pinta con colores apagados o se disfraza con odas el embeleso. Se tuerce hasta que sangra y así ya no sirve para nada o se marchita conservado en líquidos conservantes. También puede ocurrir que se utilice por terceros a modo de mujer barbuda en ferias del extrarradio. Un carácter fuerte lo soporta todo mientras un carácter débil necesita ayuda, dicen los cánticos de sociedad. Maldita falacia. Maldita estirpe. Maldito asidero para retorcidos, estúpidos y desgraciados. Malditos todos los que usan las leyes exclusivamente para los demás. Malditos todos.

Y no se puede llorar porque entonces pierdes. No puedes agarrar la sinceridad porque tu fuerte carácter hace mucho daño al prójimo pero no pueden quejarte cuando eres el recipiente de una suerte de dolorosa sodomía no consentida porque entonces eres un vetusto ilusionista aburrido, que pierde el partido en cuanto emite el más ínfimo sonido. ¿Desde cuándo es el violador el que decide si está o no haciendo daño? Para algunos desde siempre. Llorón. Quejica. Hilarante gruñón. ¿Por qué habría que tomar en serio a alguien que lo tiene todo?... ¿Todo? ¿Seguro? Maldito juego éste en el que tú no participas pero siempre pierdes. Maldito juego éste al que sólo juegan algunos “privilegiados” mientras otros, pobres, se refugian entre tiritas aplicadas con mimo por los árbitros. ¿Desde cuándo la inteligencia está relacionada con soportar el dolor?

Y en mitad de la maraña la puñalada. Trapera. Barriobajera. Prescindible. Hija de puta. Puñalada en filo oxidado. Bañada en suciedad proscrita. Alimentada por rencor de alta costura. Dedicada al que tiene la desvergüenza de estudiar para aprobar. Dedicada al que da la cara. Puñalada vestida de inocente descuido. Sucia. Infame. Inesperada. Hija de la gran puta. Puñalada explicada entre presuntos elogios para el apuñalado. Puñalada que duele pero al parecer no tendría por qué doler. Puñalada vestida de inconsciencia pero armada de rigor. Puñalada anterior a la siguiente. Puñalada que no tendrá contestación pero seguirá doliendo. Siempre.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Anónimo

La gracia de usar careta era esconderse detrás. Sudar las miserias con el perfume de otro. Gritar los demonios a través de afilados dientes que aun siendo de uno, aparecían como irreconocibles. La gracia estaba en la gracia. En el hedonismo. En el puro placer de pensar. De sentir. De hablar. La nueva luz tapaba las aristas de una vida gris no como sucedáneo de la irresponsabilidad sino como remedio casero para quitar figuras de atrezzo en el reparto. La idea de fondo perseguía enfocar el cuadro sin la presencia de elementos reales que por muy reales que fueran solamente provocarían ruido.

Llegaron enseguida las veleidades de la zambullida. El ética entrópica de las guerras de sabandijas en las que gana el más fuerte. Los puños de caramelo y la desazón cardiaca del saberse tocado. Las meninges erosionadas a base de un último esfuerzo en horarios destinados al reposo del alma. Aparecieron brotes de realización arbitraria y extraña que se mezclaba con el absoluto desprecio de la sociedad que debería alimentarte el alma. Dimes y diretes. Blancos y negros. Éxitos y fracasos. Cimas y sismos. Vida encapsulada en pastillas de vetusta sensación.

Pero hasta el elixir de los dioses cansa cuando el equilibrio se rompe. Cuando el peso es tan intenso que empiezas a cuestionar el sentido a estar sujetando la pesa. Cuando empiezas a recordar el concepto de remuneración, de justica o de inteligencia poética. Aparecen entonces los sentimientos de renuncia y las listas contables sobre los beneficios épicos de abandonar la causa. Y es entonces cuando reparas en que al fin y al cabo eres anónimo.

viernes, 26 de agosto de 2011

Playa

Asumida la imposibilidad de evitar las molestas incrustaciones clavadas en las rendijas de mi piel entendí que la idea era dejarse llevar. Y lo hice. Y pude torcer el gesto. Sonar la cabeza, retorcer el pasado, triturar el futuro. Y pude enfadarme, pensar, sufrir, callar, mirar, soñar, llorar en silencio. Y pude sonreír más por fuera que por dentro. La idea era dejarse llevar, ¿no? Mí recién estrenada transparencia sedimentaba así en la única conciencia para la cual aquello en efecto era un problema. La mía. Utilicé mi mochila de espacio-tiempo para masajear demonios y limpiar recuerdos. Para sufrir por lo sufrido y sufrir por lo que está por sufrir. Para respirar en silencio, esa nueva religión.

Entonces vi que no todo era soberbia, estupidez y mediocridad. Mezclado entre la bruma se podía adivinar talento. Valor. Verosimilitud. Obscenamente a la vista se podía oler la insultante juventud de la felicidad y la no menos insultante felicidad de la juventud. En forma de mirada o en forma de sonrisa. Con el aspecto de un paseo o sonando a lectura. Solo o acompañado. Allí estaba. Grandes y pequeños. Un totum revolutum de mucha patata y poca carne pero carne que parecía merecer la pena. Vi azules nunca vistos que pasaban desapercibidos. Vi frustraciones envueltas en ostentación y miserias expuestas al escarnio. Vi colores imposibles entre restos de basura. Bodegones extravagantes de soledad compactada coronados por un sorprendente y minúsculo detalle que finalmente si merecía la pena. Torres y demonios. Salitre y cemento. Vida.

Me dejé llevar. Abrí los sentidos y cerré la razón. Sellé los labios y aparque el incómodo sentimiento creciente que venía desde el interior. Guarde los miedos entre cometas que cada día dibujaban la sencilla perfección. Dejé el disfraz como estaba, con sus manchas de lamento y los rotos que tímidamente dejaban entrever la realidad. Al fin y al cabo nadie te mira en la playa.

miércoles, 22 de junio de 2011

Verano

Entonces tenía sentido. Y hoy también. O no. Depende. Entonces nos vestíamos con un traje distinto, igual de limpio pero infinitamente menos funcional y simplemente con ello parecíamos diferentes. Las mismas caras sobre colores distintos eran un estupefaciente suficiente para entender que aquel día era especial. Las sonrisas se perfilaban con algo menos de rigidez incluso en aquellos que tenían la obligación administrativa de velar por la alimentación de nuestro criterio. Nunca se llegaba al final. A media mañana subía el ruido y cuando no era una fiesta programada era la simple inercia de la euforia estival la que nos hacía salir al mundo con hambre de vivir  a toda costa. Como si fuese la última jornada del planeta tierra.

Hoy todo eso sigue ocurriendo pero no en el interior de los personajes que involuntariamente configuran ahora mi vodevil. En ese abstracto campo de batalla dónde pasamos el día alejados de las labores de nuestro cuerpo. Hoy el desayuno sabía exactamente igual. Hoy la gente tenía la misma cara de reptiles acomplejados que se arrastran hacia el abrevadero. Hoy todos contaban en monedas las miserias del tiempo. Hoy no quedaban criaturas infantiles por la carretera. Ni siquiera por dentro. Ni siquiera en ese abstracto campo de batalla dónde pasamos el día alejados de las labores de nuestro cuerpo.

Pero está aquí y prefiero recordarlo. Prefiero ser consciente. Yo no soy ellos. Prefiero agarrarme con fuerza a esos recuerdos que si los abrazas con fuerza te tejan su perfume en la ropa durante horas y horas de anodina normalidad. ¿Qué importa lo que hagan mis extremidades sin en el fondo me da igual? ¿Qué importa a dónde miren mis ojos si en realidad no están mirando ahí? ¿Qué importa si mi rostro muestra felicidad o tristeza cuando la verdad sólo la conozco yo y no está ahí ni al alcance de cualquiera?

El verano ya está aquí.

miércoles, 8 de junio de 2011

Libros

Las nubes se retorcían de disgusto esparciendo luz grisácea por todas las grietas de la vida pero a mí me gustaba. El cálido ruido de la sensación de placidez, los pasos firmes sobre caminos sin vehículos, la música conocida de gente pasando el tiempo y mí búsqueda desenfrenada entre los rincones de los lugares ocultos que no lo son me hacían sentir bien. Libros y más libros. Historias, recetas, pensamientos, alegrías y estupideces. Libros y más libros. Sensaciones, temores, exageraciones, arrogancias, invenciones, dibujos y arrogante sarcasmo. Libros y más libros.

Un señor de sombrero dibujaba eses entre estiletes imaginaros sumido en esa pegajosa sensación de velocidad de la que ya no puede prescindir. Una señora miraba a los zapatos de sus niñas de forma consciente pero sabiendo inconscientemente de que no había nada de su interés por encima de aquella línea imaginaria que ella misma había trazado. Un muy pequeño lector discutía amargamente pero con infinito encanto con su progenitor sobre la cantidad y calidad de los artefactos de lectura que llevaba en su bolsa. Una pareja de recién adolescentes se besaban inconscientes de espaldas a todo el mundo mientras un impertérrito y venerable anciano posaba con fervor su vista en una reciente edición de aquel libro que de forma indirecta hablaba ya entonces de su vida.

Y así, mientras me enjuagaba la vista y los sentidos decorando mi fructuosa búsqueda de clásicos indie de la novela negra, amargas postales de las cloacas del país que gobierna el mundo o retorcidos ensayos sobre la soledad humana, así, entre gentes de paseo e intelectuales de nuevo cuño, entre libros que jamás serán abiertos y encuadernadas estupideces que serán devoradas por anónimos devoradores de estupidez, entre comentarios poliédricos sobre el tamaño físico de un ensayo o el tamaño figurado de un borrón, así, me di cuenta de que no estaba solo.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Qué

Qué difícil es dejar de escuchar, dejar de sentir, dejar de ver. Qué humillante es salir a la calle con el traje que tú sólo has elegido sin tener que echar la vista atrás, justificar el sombrero, doblar la solapa o directamente recurrir al calor para cambiar de camiseta. Qué triste es vagar por la inmensidad de lo minúsculo tratando de tocar el borde sin tocarlo, de mirar hacia afuera teniendo que comer dentro, de mear adentro pensando que estás fuera y por ello acabar mojándote a ti mismo. Que lamentable es tener que andar sin tener ningún sitio a dónde ir, sin tener ninguna meta a la que querer llegar. Qué estúpido es sonreír por sorpresas que no has pedido y que además no son sorpresas. Qué inquietante es esperar regalos solamente de uno mismo. Qué humillante es descubrir que las emociones se reducen a mediocridades que en su día veías a través de cristales sucios como si estuvieran expuestos en un petulante museo para extranjeros. Qué aburrido es aburrirse.

Es dolorosamente fácil elucubrar sobre la realidad poliédrica cuando tienes la costumbre de vivir cobijado en la curva de Gauss de la seguridad, del 50% bajo el pico que con salud, dinero y amor que te permiten tomarte el lujo de ir a los exóticos extremos de vacaciones. Pero el techado del 50% se cae tarde o temprano gracias al inevitable traspié de la salud, del dinero o del amor o de lo que sea que irremediablemente llega para desnudarnos a todos. Entonces hay que retratarse y apencar con el tramo que verdaderamente te toca. Apeste o no. Encaje o no. Duela o no duela. Un tramo que se irá estrechando hasta dejarte a la luz de los focos de la indefensión. Perdido. Absurdo. Aburrido. Irrecuperable. Abandonado.

Qué terrible es hablar con uno mismo.

jueves, 12 de mayo de 2011

Bratislava

El agua era de tomos parduzcos. Sin glamour, sin brillantez. Agua a secas. Mucha pero agua. La misma agua que unos años antes había marcado un máximo histórico en las inundadas calles de Bratislava como bien indicaba una señal homenaje en una pared del centro. El moderno puente que cruzaba el Danubio contrastaba con el modesto traje post-comunista de una ciudad que despertaba al mundo conocido pero que lo hacía de espaldas a las veleidades del turismo. Al otro lado del Danubio una vergel salvaje sin cuidado ni ciencia. Una cabaña de maderas, cerveza y muchos jóvenes comunicándose entre estridentes ruidos de rock duro que salían de un improvisado y potente equipo de música con los tonos de bajo desatados.

El recorrido era todos los días muy parecido desde la residencia de estudiantes hasta la estación del tren. El objetivo era la intolerante y soberbia Viena pero el corazón se quedaba todos los días en casa. En Bratislava. Un sitio extraño para sufrir una infección bucal pero un sitio cinematográficamente perfecto para hacerlo. Gente encantadora, trato exquisito, solución rápida y gratuita, crisol de anécdota infinita para el resto de tus días. ¿Qué español sin seguro se ha puesto enfermo en el primer año de vida de la República de Eslovaquia?

Y como centro telúrico, como referencia, el restaurante. El sitio cuya única camarera era una réplica ajada de la mítica Jenifer Rush. El sitio que podía estar totalmente vacío o totalmente lleno en cuestión de horas. El sitio que nunca recordaré como descubrimos pero al que siempre fuimos fieles. El sitio en el que jamás entendimos una sola palabra de lo que decía el menú y en el que comimos cosas que nunca sabremos lo que eran. “Polievka” decíamos convencidos de que aquello era sopa de pollo. No. Polievka era sopa, a secas. ¿” Pečeň”? (léase “pechen”) preguntamos con ingenuidad. Jenifer se echó la mano a su contundente seno moviéndolo tímidamente hacia arriba. Pegucha, pensamos enseguida. No.

No reparamos entonces en los efectos del tiempo y en que la contundencia e historia de los pechos de Jeniffer hacían que los mismos escondiesen todo lo que había debajo. Hígado. Pečeň era Hígado. No recuerdo quién tuvo que comérselo.

viernes, 29 de abril de 2011

Oporto

La gente que tarda muchos años en aprender a nadar o en ver el mar o como en mi caso viajar al extranjero tiende a fabricar de forma involuntaria curiosos fantasmas de terciopelo que con inocencia virgen se trasladan desde la imaginación infantil a la enajenación adolescente. Por alguna razón mi fantasma esperaba un cambio de color al atravesar la frontera conocida pero yo no era capaz de notar diferencia alguna en aquellas preciosas murallas plagadas de gente en Valença do Minho.

Tampoco en las carreteras que nos adentraban en terreno Portugués. El aire era el mismo, el color del cielo era igual, los coches tenían los mismos colores y las miradas de los que sujetaban el volante también. Oporto no. Oporto era distinto. Esa grandeza intimidatoria que provocan los sitios en los que hablan un idioma distinto al tuyo que no conoces se mezclaba de forma determinante con las vetusta belleza de unas ajadas casas que se colgaban como podían en rededor de ese río que un poco más arriba parecía de la familia.

Mi madre, precavida ella, había llenado los bolsillos de exóticos “Escudos” que habían llegado impolutos hasta la ciudad del Duero. Escudos que volvieron prácticamente impolutos de vuelta a la madre patria. Una romántica Coca-Cola desde lo alto de la rivera fue todo nuestro aporte en moneda extranjera al país vecino. No hizo falta más. La incapacidad para comunicarse con los nativos, los nervios de los primerizos, los agobios del que se siente perdido, la ingenuidad del que se siente inseguro hizo que contra pronóstico y en contra de mi voluntad aquella misma noche durmiésemos en la provincia de Ávila.

Oporto fue el inicio de una larga y querida lista. Nunca he vuelto, pero no sabría explicar la razón.

lunes, 25 de abril de 2011

Micropunto

Es peligroso mojarse la cara con veneno. Es humillante mentir incluso cuando mientes. Es absurdo ponerse zapatos de tacón en el talento cuando no hay talento. Cuando ni siquiera sabes que existe. Es estúpido tratar de mover el sistema de referencia por no ser capaz de moverte tú. Es vergonzoso llevar marionetas pegadas a la estupidez tratando de hacerles hablar con tu discurso cuando todos sabemos de quien es esta retahíla de complejos. Peligroso, humillante, absurdo, estúpido, vergonzoso,… ¿Te suena?

Y es que aunque trates de acercarte al mundo el mundo te acabará, de hecho te acaba, repudiando porque es incompatible con tu limitada forma de manipular. Por mucho que intentes vestirte con los melifluos ropajes que esconden tus aristas más puñeteras la verdad siempre cae con la cartas boca arriba y te termina desnudando. En tu caso además es insultantemente fácil.

No me das pena y no creo que se la des a nadie. Podría parecer empático eso de vivir en un micropunto dentro de un micropunto pero es tremendamente fácil no sentir el más absoluto átomo de empatía por tu lamentable y aburrida historia. Al fin y al cabo es una historia de un solo personaje para un solo espectador aunque en apariencia sean muchos unos y otros. No lo son. No eres nada. No eres nadie. Micropunto.

miércoles, 6 de abril de 2011

Hormiguita

Sube, sube la hormiguita… Entre sesudas nimiedades que te empapan de nimiedad. Sobre ásperas miradas de confort barato que se clavan en la espalda como radiación invisible pero igualmente barata. Entre hora infinitas que no terminan de acabar aunque realmente no importe nada si empiezan o si acaban porque la sensación es exactamente la misma. Sobre huecos rellenos de otros huecos que a su vez fueron construidos con objetos que no vale nada.

Sube, sube la hormiguita… para escarnio público de las demás hormiguitas. Para regocijo del que se sabe inútil pero se crece en su solemne mediocridad. Para orgullo del que es incapaz de aspirar a nada verdaderamente respetable y que su mayor motivación en la vida es la de ser el intolerante orientador que orienta a los presuntos desorientados. El o Ella. Ella y él. ¿Qué más da?

Sube, sube la hormiguita… siguiendo la fila trazada por los petrificados prejuicios anteriormente trazados en el tiempo. Cumpliendo las normas del aburrimiento y la estupidez. Acatando con rigor castrense las verdades del barquero, esas que te facilitan el deambular diario por entre los policías de lo que hay que hacer y una vez interiorizadas te hacen dormir estupendamente por la noche sabiendo que eres igual de gilipollas que todos. Asumiendo que ese mundo que te rodea y que te importa una mierda igualmente te desprecia pero está tranquilo al saber que voluntariamente has aceptado ser mundo masivo. Igual que todos. Que todos los que tú ves.

Sube, sube la hormiguita…y te rasca la cabecita.

jueves, 31 de marzo de 2011

Tokio

Desde luego contrastaba con la apabullante presencia de de Shinjuku pero era de hecho el mismo barrio. Minutos antes, nada más salir del tren, estaba dándome un chapuzón de brillo entre las infinitas luces de neón que marcaban el relieve de una atmosfera preciosa, precisa y agobiante. Era la maravillosa, brutal y tímida inmensidad de la noche de Tokio. Miles de carteles imposibles teñidos en imposibles colores fluorescentes que cegaban la pereza. Miles de mentes oscuras y educadas deambulando como un anárquico enjambre ordenado. Miles de ojos, miles de voluntades, miles de tendencias fascinantes y confundidas que se mezclaban para crear la única voluntad presente: la propia ciudad.

Minutos después seguía estando en Shinjuku pero dentro de ese anacrónico reducto en mitad de la selva que los japoneses denominan Golden-gai. La curiosidad me llevaba ese micro universo de cientos de minúsculos bares enanos plantados en vetustos edificios de dos plantas que se hacinan entre calles por las que es imposible cruzarse con otra persona. Decían que la clientela era local y podía ser hostil. Decían que había bares en los que sólo podían entrar seis o siete personas contando el camarero. Era verdad.

Enero, frío, oscuro, vacío… ¿qué hacer? Muchas puertas y pocas indicaciones. ¿Dónde entrar? Mucha oscuridad y poco ruido. Tan sólo el rumor de la monstruosa ciudad adyacente disipaba el mágico espíritu que se respiraba en aquel lugar de fantasía, digno tanto de una novela negra como de un terrorífico videojuego. ¿Qué hacer? ¿Valía la pena? ¿Qué podía pasar?

Entonces apareció en la segunda planta de uno de los edificios un cartel que decía “The Who” sobre una diana de colores británicos y la sensación de que aquello no podía fallar se instaló en el subconsciente. Y no falló. El sonriente camarero, su amigo DJ y dos personas más llenábamos el local. Bailábamos, reíamos, bebíamos cerveza japonesa y escuchábamos j-powerpop sin realmente llegarnos a entendernos unos con otros con las palabras pero conectando sin fisuras con la mirada. No había rincones ni posibilidad de intimidad al uso. Todo era intimidad. Abrías la puerta y sin entrar ya lo tenías todo. El universo.

Japón no dejaba de sorprenderme.

Jamás dejará de hacerlo.

lunes, 28 de marzo de 2011

El tren

Velocidad constante. Origen y destino predeterminados. Paradas programadas y un estricto horario que cumplir hipotecado al precio del billete. Justo o injusto pero es así. Es así y así será. Amanezca con esponjosas nubes de algodón en el cielo o con dragones infinitos de pulso desgarrador columpiándose sobre las desdichas de los seres humanos. Con una amplia y minúscula calzada pavimentada en terciopelo o con un sinuoso y estrecho trazado tapizado de mandrágora. Estás o no estás. Subes o no subes.

Es triste y curioso observarlo desde la distancia. Relajante y doloroso. Frustrante y tranquilizador. Dolorosamente inútil. Doliente dolor latente al observar desde la distancia el trazado elegante, la misteriosa estela y la perturbadora presencia de lo superior. Del otro lado.

Puede que no llegara por no tener el suficiente dinero para comprar el billete o porque no tuviese nada que hacer o porque mi sitio estaba predestinado para otra alma atormentada mucho más interesante que la mía o porque me habían puesto una tremenda barricada en el camino imposible de saltar o porque existía una exuberante valla prefabricada en la puerta de la estación o puede simplemente que las circunstancias no elegidas hacían que irremisiblemente tuviese que quedarme aquí. ¿Qué más da?

En el fondo da lo mismo cuando el tren se va. Cuando ya se ha ido.

martes, 22 de marzo de 2011

Solo

Orgullo, respeto, reconocimiento,… ¿comida para engreídos o sustento de almas acomplejadas y sensibles? ¿Motor de espíritus altivos que camuflan su egocéntrico empuje entre la cotidianidad o estaciones de avituallamiento vacías para tipos tremendamente llenos hasta rezumar que se ven obligados a cargar con su talento hasta que caduque por la perfidia de sus vecinos?

¿Y qué más da en el fondo si en cualquier caso sirve para abonar la frustración? Ese espeso desengaño constante que abre las carnes y cierra el futuro. Que a medida que creces en grandeza te aleja del mundo. Cuanto más claro lo tienes más solo estás. Cuantos más recursos más sin sabores. Cuantas más posibilidades más cadenas. Cuantas más cadenas menos uno. Y más cadenas. Cuanto más brillante más solo.

Uno debería bastarse para encontrar el camino de salida pero puede que el camino de salida sea tan ingrato como el de llegada. Puede que salir signifique entrar en un sitio peor y aunque uno nunca ha sido un cobarde lo cierto es que todo se agota. Incluso la valentía. Incluso el amor. Incluso la pureza. Incluso las salidas. Y las llegadas.

Bendita soledad la que te aleja de la soledad camuflada de estupidez congénita. La soledad de los vivos. La soledad de la cima en la campana de Gauss. La soledad del hombre solo que se siente acompañado. Bendita soledad la que te protege de la luz de los taquígrafos que te resaltan las grietas del corazón. Bendita la soledad que te humilla sin manchar y te pasa la realidad por los morros. Bendita soledad la que te hace quedar limpio.

Aquí yace vivo otro yo. O puede que ni siquiera sea aquí.

martes, 15 de marzo de 2011

Comida

Se suele decir que ha pasado un ángel pero en el ambiente es imposible esnifar perfume celestial alguno. Más bien se respira vulgaridad, silencio, incomodidad. Más bien se pasa el tiempo entre cucharadas y sorbos. Entre miradas verticales a la cima de la mesa y gestos de despreocupación.

Ayer no era así ni antes de ayer tampoco. Ayer y antes de ayer la fuerza interior que todos tenemos, los años y años de educación cartesiana y esa extraña sensación, tan católica ella, de sentirse culpable de todas las desgracias hacía que uno pusiese encima de la mesa la llama a la que agarrarse, el hilo del que tirar, el camino al que seguir, el reo al que despellejar. Sin embargo la misma fuerza interior antiparticularizada, la misma educación estándar y la misma sensación religiosa hacían que nadie se agarrase a ninguna llama, tirase de ningún hilo o siguiese ningún camino trazado. Parecía que si pero no lo era. La gente se dedicaba a festejar la diversión con gesto opaco, a recibir de forma gratuita el entretenimiento y a despellejar al reo miserablemente.

Pero hoy me he colgado el traje de persona y me he vestido de ciudadano. Hoy me he sentado en la misma esquina con el mismo planto y la misma desazón. Hoy me he sumando al bálsamo de la templanza y al tren de de la frialdad. Hoy soy uno más o uno menos, según se mire. Hoy no se escucha nada ni se escuchará pero se siente la incomodidad. Hoy todos miran de refilón y yo me muerdo los reflejos. No pasa nada. Es fácil.

jueves, 10 de marzo de 2011

Al-khobar

Serían las tres de la tarde y el mítico y ardiente sol de la península arábiga estaba en todo lo alto pero la ciudad parecía desierta y valga la redundancia. Era difícil apagar la sensación de ser el único ser sobre la faz de la tierra que volvía de trabajar y no descarto que lo fuera aquel furibundo domingo de invierno. El inmenso coche que conducía con presteza se deslizaba tranquilo y solitario primero recto por Dhahran Road y después a la izquierda por la deslumbrante Corniche. Las tiendas occidentales de aquella parte de la ciudad al frente del mar estaban cerradas desde la noche anterior y parecían un decorado en cartón piedra para una película de persecuciones localizada en alguna ciudad americana de tufo turístico. Llevaba horas y horas de pie calculando en solitario, hablando con eco y comiendo alimentos fríos en la soledad de mi despacho con las persianas bajadas para que nadie pudiese verme pero eso es lo que tiene el Ramadán.

A las dos de la mañana era ya hora punta y las calles destilaban humanidad por todos sus poros. Miles y miles de personas regateaban la siguiente compra, entrando y saliendo de unas calles vestidas de humo y perfumadas en especia. A un lado de Dhahram Road las tiendas de siempre, con sus marroquinerías, sus joyas, sus textiles y sus restaurantes. Al otro lado las mismas tiendas pero habitadas por indios de la india y pakistaníes. Trajes verdes de corte occidental y saris en blanco y negro. Corbatas decoradas con vacas y elefantes junto a carísimos pañuelos de seda para ocultar la cabeza. Al fondo una inmensa pantalla de plasma echaba un partido de fútbol europeo en diferido.

A las dos y cuarto de la mañana me graduaron la vista. A las tres y media de la mañana salía con mis gafas Calvin Klein sobre mi nariz. Para mí era hora de volver a casa. Para el resto todavía no.

martes, 8 de marzo de 2011

Mariposas

Hablan de mariposas para referirse a esa sensación pero a mí siempre me pareció como una mala digestión. Como un bache mal embocado por el coche familiar o como una placentera siesta en la que no te has tapado la siesta. Y digo me pareció porque hacía mucho tiempo que no me parecía. Ni me parecía ni me parece. ¿O si? No lo sé, pero al menos ahora entiendo a lo que se refieren con lo de mariposas.

A veces navegar por carreteras rectas e infinitas tiene estas cosas y si ya pararse a respirar los cuarenta grados centígrados es todo un ejercicio de funambulismo intelectual en el que poner a prueba todos los cimientos de la personalidad de uno y en el que los fantasmas estandarizados se posan y se mueven como esas mismas mariposas de las que hablábamos, lo de salirse a un lado para tomar un pequeño camino de arena intransitable que muy probablemente desemboque al final en la misma carretera recta de la que venimos es ya un maquiavélico ejercicio de tortura social.

Pero echo de menos a las mariposas y eso me sirve de gasolina. Esa perdida sensación es la que me hace girar la cabeza cada vez que veo una irregularidad en la cuneta parar morirme de envidia y esa perdida sensación es la que me hace muy de cuando en cuando (cada vez más de cuando en cuando) frenar mi marcha para explorar la utopía y viajar en perpendicular.

Bendita utopía, eso sí, aquella que te hace crecer mariposas en el estómago.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Máscaras

Unas horas antes todos éramos nosotros aunque nunca lo somos en realidad. La noche esa vez era además la puerta de entrada al país del Carnaval así que todo necesitaba ser diferente. Entre estrellas relucientes y el sonido de campanas me puse el disfraz de un Arlequín atormentado, curioso y cansado mientras ella se escondía tras la máscara de una Colombina que no lo era. Así, por una noche, aparecía transparente, sensata y enamorada.

Tú, por supuesto, eras el orgulloso y estúpido Pantaleón que mirando desde abajo querías estar encima. Que inflamado por la envidia suspiraba por la luz del sol. El Pantaleón mezquino que miente más que habla y que de pura angustia tiene que desaparecer para no perfumar el ambiente con su aroma pestilente.

Y jugamos a jugar. Hacía sonar mis cascabeles bañados en lágrimas mientras ella me acariciaba con el suave sonido de su tambor. Trenzaba cabriolas sorprendentes entre rimas enigmáticas que se quedaban pegadas a los rincones más pérfidos de un corazón saturado de aristas. Ella jugaba a querer dar y a querer ser querida mientras yo sujetaba con fuerza las gomas de mi máscara. Tú te cocías en jugo de odio mientras cerrabas una sonrisa que tu careta no dejaba ver.

Y seguimos jugando hasta el umbral de la noche…

Y Colombina, que nunca decide entre Arlequín y Pantaleón, decidió decidir esa vez. Eligió al Arlequín pero el Arlequín no quiso. Cambió el rostro. Cambió la sensatez. Cambió el tambor.

Y volvió la luz derritiéndose con ella las máscaras y los trajes de rombos. Entonces ella era ella y yo era yo pero tú seguías siendo un estúpido Pantaleón con la sonrisa torcida.

Estabais cogidos de la mano y no quedó otro remedió que volver a elegir.

miércoles, 26 de enero de 2011

Jugando a ser mentira

Jugamos a ser mentira. Tú sonríes como un iceberg que enseña el blanco y esconde el inmenso negro y yo sonrío como un koala de peluche que da cobijo a una jeringuilla infectada. Tú me lanzas un beso plastificado en poliestireno barato y yo te pongo la mejilla que me sobra. Tú me recuerdas por casualidad que existimos cuando la casualidad no es tal y mientras yo me lavo la pereza con independientes anécdotas de perdedor, diseñadas y crecidas exclusivamente para entretener.

Y seguimos jugando a ser mentira. Cuando lavas la cara en público y cuando escondes las canas de tu fétido aliento. Cuando tratas de aparentar rigor en la dote social y cuando te zambulles entre espumas de perfume en una inmensa piscina de de cabeza, ojos y brazos que supuestamente de adoran. Lo haces cuando rías y lo haces cuando evitas que te vean llorar. Cuando el mundo es un paraíso multicolor en el que los culpables de tu envidia no sobramos y cuando el telúrico gris de los miércoles se agarra a tu cabeza con el peso muerto de la desgracia.

Jugamos a ser mentira. Con paciencia y sin ella. Con tiempo o sin el. Con razón o sin ella. Con recuerdos que se pudren en la acera y sin goles que marcar de penalti injusto. Con remedios infantiles para no sudar y que jamás funciones y sin ganas de tener que perdonar. Con enemigos o sin ellos. Con suspiros y maldad.

Jugamos a ser mentira.

jueves, 20 de enero de 2011

Paris

El sitio era pequeño y olía a te. Hoy sería incapaz de llegar y no creo que mis pies vuelvan a pisar nunca más en mi vida aquel distrito. Recién llegado por primera vez a ese precioso universo crecido al albor de la antigua Lutecia, perdido ante la inmensidad de la inmensidad, aturdido por un extraño lenguaje que parecía incluso más extraño fuero de los libros y absolutamente desorientado tras varios transbordos por aquella red infinita de metro, mis ojos contemplaban a un señor de tez tostada y sudorosa cuyo pelo zaíno se sujetaba de forma zafia sujeto en lo alto gracias una suculenta mezcla de sudor y gomina. Sus ojos almendrados, bastante más despiertos que los míos, miraban fijamente una especie de libro de cuentas mientras fumaba un denso tabaco ácido. A pesar del humo olía a te.

Nada más entrar, el mostrador de la supuesta recepción estaba ocupado por una extraña pareja multirracial que no acerté a ver con exactitud ya que pocos segundos después desaparecía escaleras arriba. Aquel franco-magrebí de tercera generación que hacía las veces de recepcionista nos había pedido amablemente que ocupáramos un desvencijado sillón rojo que se apoyaba contra la pared de la infinitesimal recepción mientras preparaba nuestra solicitud de alojamiento. Hacía diez minutos de ello. A los quince minutos uno de mis acompañantes se atrevió a decir: “un probléme?”. “Pas de probléme” contestó con una sonrisa profesional. “¿Quieres un té?”, nos dijo en su perfecto francés.

Pasados los veinte minutos bajó por las mismas escaleras la misma pareja multirracial. Esta vez si tuve oportunidad de ver rostro joven y satisfecho de un veinteañero de aspecto argelino y el taciturno y triste rostro de una muchacha oriental. “En un minuto tengo preparada vuestra habitación”, nos dijo por fin nuestro anfitrión. “¿De verdad que no queréis un te?”

lunes, 17 de enero de 2011

Espejo

Algún día te darás cuenta y entonces osarás girar tu incómoda y exagerada cabeza esférica buscando abrigo, consuelo, consejo y bendición. Llegará ese fastuoso día como esa gota de limón que no esperabas en el borde del vaso y creerás que ese minúsculo dolor agradable que notas en la conciencia, esa dulce sensación de hinchazón que intuyes en el corazón, ese tiempo dilapidado en desprecios altivos, no era más que otro capítulo vacío de tus aburridos relatos. Espero estar allí para recordártelo. Para recordarte tu estupidez, tu necedad y tu torpeza. Será muy fácil. Será cuestión simplemente de colocar un espejo delante de ti.

Llegará el día en que descubras el fatigoso umbral de mis fascinantes y cinematográficas desdichas pero ese mismo día te darás cuenta que en lugar de entrar por casualidad por la parte de atrás bastaba con abrir tu misma las cortinas. Las cortinas que yo te enseñe por donde se abrían, por cierto, pero que te importó tanto como el resto de mi obra. Como cualquier cosa que pudiera o pudiese salir de mi talento. Nada.

Llegará el día en que descubras que eres imbécil y yo no. Que no has hecho nada y yo si. Que no eres nadie ni yo tampoco. Llegará el día en que te de cuenta que tú jamás dejarás de serlo.

martes, 11 de enero de 2011

Cuando

Cuando el día concreto lejos de ser lo de menos resultar ser todo contrario, cuando la lluvia ya no da igual y cuando el frío es realmente frío. Cuando pedir perdón, la brisa de todos los días, es tan absurdo como no pedirlo. Cuando empiezas a pensar que lo irreal es más que lo real porque lo real ni siquiera es. Cuando lo que es preferirías que no fuera y lo que fue ya nunca será. Cuando el tiempo no es un aliado ni un enemigo ni un espectador ni un purgante ni una medicina porque directamente no tiene nada que decir.

Cuando viajar en metro es una bendición porque viajar, de verdad, es una quimera. Incluso con la imaginación. Cuando el mundo es un sitio pequeño y asfixiante en el que es imposible estar solo a pesar de que en definitiva siempre lo estás. Cuando ser ignorado es un escalafón superior que se convierte en el objetivo de año nuevo. Cuando el cerebro es el único músculo que trabaja pero casi sería mejor que no lo hiciera y cuando el resto de tus músculos están literalmente agotados en el momento justo en el que se supone van a disparar el pistoletazo de salida.

Cuando tener sueño es una forma de vida y dormir una leyenda transmitida de boca en boca. Cuando las estadísticas estúpidas son el refugio del guerrero, los lamentos en el eter un crucifijo al que agarrarse y las listas de éxitos el basurero del talento. Cuando tu círculo cercano te utiliza gratuitamente para tapar grietas pero jamás te dirán ni siquiera que eres bueno haciendo eso. Cuando las promesas son más falsas que la risa y las falsas promesas cotizan en paridad con los apretones de manos.

¿Qué hacer?

lunes, 10 de enero de 2011

Grado de hipocresía

Los japoneses al menos lo reconocen. Reconocen tener dos personalidades en eterno conflicto pero aparente calma. Una es la personalidad pública. Sencilla, vulgar, reconocible. Como una bata de andar por casa o una suela de zapato de la que fácilmente se encuentran repuestos. La otra es la personalidad privada. La de casa. ¿La de verdad? Aquella que se alimenta de pureza barata y que pule su orgullo entre secretos de lupanar. Aquella que cuidamos como bonsáis de terciopelo que no hace falta regar y aquella que usamos en la intimidad de la intimidad para escarnio exclusivo del círculo íntimo. Cualquiera que éste sea. Pero, ¿existe de verdad ese sitio llamado intimidad?

¿Desde cuándo los japonenes son especiales?

¿Me quiere decir señor Jefe de jefes, me quieres decir señor resignado, que usted no es así? ¿Me quiere decir señorita prudencia y usted también, señora “buena gente”, que usted es realmente así? ¿Qué significa ser así? ¿Qué significa realmente?

Al final las sociedades modernas han resultado ser solamente una. Las sutiles diferencias, sutiles o abismales, hay que encontrarlas en el grado de hipocresía que manejan los peones de la partida. Del grado de hipocresía que cultivan y del grado de hipocresía que son capaces de soportar.

Del grado de hipocresía en definitiva.