lunes, 25 de junio de 2012

Remando

No lo podía colgar de mi cara mientras estaba remanado pero ahora lo puedes ver. Cristalino. Transparente. Cansancio en todo su esplendor. Sí, pero no es eso. Reflejos del tipo caduco, cuencas pronunciadas que menoscaban lo que nunca había llamado la atención. Mirada curvilíneas que se escapa por entre unos cristales esbeltos que desenfocan al que mira desde el otro lado. Sí, pero no es eso. 

Te abraza la tranquilidad de saberte suspendido en la tranquila balsa de la naturalidad. Esa que abraza con sumo cuidado los estereotipos que construyen con rigor el día a día. El tuyo y el mío. Te escudas en la masa que siempre dices detestar para clavarme puñales sin querer. Si, como dice la canción. Te curas con esa bondad de la que abusas y que hace estar permanentemente anclado a la desazón. 

Pero se acabó, hermano. No puedo más. Me pides que empiece el siguiente capítulo pero ya no le veo el sentido. Me pides que arranque el motor cuando se me han pasado las ganas de moverme de sitio. De ni siquiera intentarlo. Me sentiría mucho mejor imaginando que toda esa resina concentrada te supura del corazón del resentimiento. De un sentimiento de culpabilidad que aparece a posteriori para dar calor a un corazón frío. Pero no es verdad. Lo supe desde que estaba remando.

martes, 11 de octubre de 2011

Carroza

Incluso notando movimiento alrededor era difícil darse cuenta. Y era difícil darse cuenta porque el movimiento no existía. No era tal. Eran imágenes proyectadas. Sombras invisibles en una caverna iluminada. Eran mentiras pedaleando sobre píldoras de tiempo. Reflejos baratos de una secuencia mil veces repetida. Palabras huecas rebotando en espacios confinados. Alborotados paradigmas entre la mentira y la falacia. No había nada. Nada de nada.

Yo esperaba ansioso el resultado. Apoyaba mi barbilla en el resquicio de la ventana esperando el paso de la carroza. Peleando por el mejor sitio entre el público. Preparado para coger con mis manos limpias ese caramelo lanzado desde la carroza que llevaba tanto tiempo esperando. Y esperaba. Seguía esperando. Todos me pedían paciencia y paciencia daba. Todos me reclamaban comprensión y comprensión ofrecía. Todos me animaban a esperar y seguía esperando. Primero con una sonrisa. Después calado hasta los huesos. Esperaba la llegada de una carroza decorada entre luces y bañada con fuegos artificiales. Más tarde me bastaba con ver llegar a la carroza.

Pero nunca llego. Ni llegará. Necesite mucho tiempo para darme cuenta de que estaba solo entre la multitud. Tarde demasiado tiempo en aprender a no soñar. A redactar pliegos de reclamación. Fue entonces cuando cosí mis heridas y calenté mis músculos. Recogí las migas del suelo y volví a sacar el corroído plano que había proyectado tiempo atrás. Marqué la cruz. Repasé el camino. Me remangue las mangas. Me fui en su busca. Empecé por el principio.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Puñalada

El carácter se forja, dicen. Mentira. El carácter se tiene al nacer y luego se depura según los casos. Se pinta con colores apagados o se disfraza con odas el embeleso. Se tuerce hasta que sangra y así ya no sirve para nada o se marchita conservado en líquidos conservantes. También puede ocurrir que se utilice por terceros a modo de mujer barbuda en ferias del extrarradio. Un carácter fuerte lo soporta todo mientras un carácter débil necesita ayuda, dicen los cánticos de sociedad. Maldita falacia. Maldita estirpe. Maldito asidero para retorcidos, estúpidos y desgraciados. Malditos todos los que usan las leyes exclusivamente para los demás. Malditos todos.

Y no se puede llorar porque entonces pierdes. No puedes agarrar la sinceridad porque tu fuerte carácter hace mucho daño al prójimo pero no pueden quejarte cuando eres el recipiente de una suerte de dolorosa sodomía no consentida porque entonces eres un vetusto ilusionista aburrido, que pierde el partido en cuanto emite el más ínfimo sonido. ¿Desde cuándo es el violador el que decide si está o no haciendo daño? Para algunos desde siempre. Llorón. Quejica. Hilarante gruñón. ¿Por qué habría que tomar en serio a alguien que lo tiene todo?... ¿Todo? ¿Seguro? Maldito juego éste en el que tú no participas pero siempre pierdes. Maldito juego éste al que sólo juegan algunos “privilegiados” mientras otros, pobres, se refugian entre tiritas aplicadas con mimo por los árbitros. ¿Desde cuándo la inteligencia está relacionada con soportar el dolor?

Y en mitad de la maraña la puñalada. Trapera. Barriobajera. Prescindible. Hija de puta. Puñalada en filo oxidado. Bañada en suciedad proscrita. Alimentada por rencor de alta costura. Dedicada al que tiene la desvergüenza de estudiar para aprobar. Dedicada al que da la cara. Puñalada vestida de inocente descuido. Sucia. Infame. Inesperada. Hija de la gran puta. Puñalada explicada entre presuntos elogios para el apuñalado. Puñalada que duele pero al parecer no tendría por qué doler. Puñalada vestida de inconsciencia pero armada de rigor. Puñalada anterior a la siguiente. Puñalada que no tendrá contestación pero seguirá doliendo. Siempre.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Anónimo

La gracia de usar careta era esconderse detrás. Sudar las miserias con el perfume de otro. Gritar los demonios a través de afilados dientes que aun siendo de uno, aparecían como irreconocibles. La gracia estaba en la gracia. En el hedonismo. En el puro placer de pensar. De sentir. De hablar. La nueva luz tapaba las aristas de una vida gris no como sucedáneo de la irresponsabilidad sino como remedio casero para quitar figuras de atrezzo en el reparto. La idea de fondo perseguía enfocar el cuadro sin la presencia de elementos reales que por muy reales que fueran solamente provocarían ruido.

Llegaron enseguida las veleidades de la zambullida. El ética entrópica de las guerras de sabandijas en las que gana el más fuerte. Los puños de caramelo y la desazón cardiaca del saberse tocado. Las meninges erosionadas a base de un último esfuerzo en horarios destinados al reposo del alma. Aparecieron brotes de realización arbitraria y extraña que se mezclaba con el absoluto desprecio de la sociedad que debería alimentarte el alma. Dimes y diretes. Blancos y negros. Éxitos y fracasos. Cimas y sismos. Vida encapsulada en pastillas de vetusta sensación.

Pero hasta el elixir de los dioses cansa cuando el equilibrio se rompe. Cuando el peso es tan intenso que empiezas a cuestionar el sentido a estar sujetando la pesa. Cuando empiezas a recordar el concepto de remuneración, de justica o de inteligencia poética. Aparecen entonces los sentimientos de renuncia y las listas contables sobre los beneficios épicos de abandonar la causa. Y es entonces cuando reparas en que al fin y al cabo eres anónimo.

viernes, 26 de agosto de 2011

Playa

Asumida la imposibilidad de evitar las molestas incrustaciones clavadas en las rendijas de mi piel entendí que la idea era dejarse llevar. Y lo hice. Y pude torcer el gesto. Sonar la cabeza, retorcer el pasado, triturar el futuro. Y pude enfadarme, pensar, sufrir, callar, mirar, soñar, llorar en silencio. Y pude sonreír más por fuera que por dentro. La idea era dejarse llevar, ¿no? Mí recién estrenada transparencia sedimentaba así en la única conciencia para la cual aquello en efecto era un problema. La mía. Utilicé mi mochila de espacio-tiempo para masajear demonios y limpiar recuerdos. Para sufrir por lo sufrido y sufrir por lo que está por sufrir. Para respirar en silencio, esa nueva religión.

Entonces vi que no todo era soberbia, estupidez y mediocridad. Mezclado entre la bruma se podía adivinar talento. Valor. Verosimilitud. Obscenamente a la vista se podía oler la insultante juventud de la felicidad y la no menos insultante felicidad de la juventud. En forma de mirada o en forma de sonrisa. Con el aspecto de un paseo o sonando a lectura. Solo o acompañado. Allí estaba. Grandes y pequeños. Un totum revolutum de mucha patata y poca carne pero carne que parecía merecer la pena. Vi azules nunca vistos que pasaban desapercibidos. Vi frustraciones envueltas en ostentación y miserias expuestas al escarnio. Vi colores imposibles entre restos de basura. Bodegones extravagantes de soledad compactada coronados por un sorprendente y minúsculo detalle que finalmente si merecía la pena. Torres y demonios. Salitre y cemento. Vida.

Me dejé llevar. Abrí los sentidos y cerré la razón. Sellé los labios y aparque el incómodo sentimiento creciente que venía desde el interior. Guarde los miedos entre cometas que cada día dibujaban la sencilla perfección. Dejé el disfraz como estaba, con sus manchas de lamento y los rotos que tímidamente dejaban entrever la realidad. Al fin y al cabo nadie te mira en la playa.

miércoles, 22 de junio de 2011

Verano

Entonces tenía sentido. Y hoy también. O no. Depende. Entonces nos vestíamos con un traje distinto, igual de limpio pero infinitamente menos funcional y simplemente con ello parecíamos diferentes. Las mismas caras sobre colores distintos eran un estupefaciente suficiente para entender que aquel día era especial. Las sonrisas se perfilaban con algo menos de rigidez incluso en aquellos que tenían la obligación administrativa de velar por la alimentación de nuestro criterio. Nunca se llegaba al final. A media mañana subía el ruido y cuando no era una fiesta programada era la simple inercia de la euforia estival la que nos hacía salir al mundo con hambre de vivir  a toda costa. Como si fuese la última jornada del planeta tierra.

Hoy todo eso sigue ocurriendo pero no en el interior de los personajes que involuntariamente configuran ahora mi vodevil. En ese abstracto campo de batalla dónde pasamos el día alejados de las labores de nuestro cuerpo. Hoy el desayuno sabía exactamente igual. Hoy la gente tenía la misma cara de reptiles acomplejados que se arrastran hacia el abrevadero. Hoy todos contaban en monedas las miserias del tiempo. Hoy no quedaban criaturas infantiles por la carretera. Ni siquiera por dentro. Ni siquiera en ese abstracto campo de batalla dónde pasamos el día alejados de las labores de nuestro cuerpo.

Pero está aquí y prefiero recordarlo. Prefiero ser consciente. Yo no soy ellos. Prefiero agarrarme con fuerza a esos recuerdos que si los abrazas con fuerza te tejan su perfume en la ropa durante horas y horas de anodina normalidad. ¿Qué importa lo que hagan mis extremidades sin en el fondo me da igual? ¿Qué importa a dónde miren mis ojos si en realidad no están mirando ahí? ¿Qué importa si mi rostro muestra felicidad o tristeza cuando la verdad sólo la conozco yo y no está ahí ni al alcance de cualquiera?

El verano ya está aquí.

miércoles, 8 de junio de 2011

Libros

Las nubes se retorcían de disgusto esparciendo luz grisácea por todas las grietas de la vida pero a mí me gustaba. El cálido ruido de la sensación de placidez, los pasos firmes sobre caminos sin vehículos, la música conocida de gente pasando el tiempo y mí búsqueda desenfrenada entre los rincones de los lugares ocultos que no lo son me hacían sentir bien. Libros y más libros. Historias, recetas, pensamientos, alegrías y estupideces. Libros y más libros. Sensaciones, temores, exageraciones, arrogancias, invenciones, dibujos y arrogante sarcasmo. Libros y más libros.

Un señor de sombrero dibujaba eses entre estiletes imaginaros sumido en esa pegajosa sensación de velocidad de la que ya no puede prescindir. Una señora miraba a los zapatos de sus niñas de forma consciente pero sabiendo inconscientemente de que no había nada de su interés por encima de aquella línea imaginaria que ella misma había trazado. Un muy pequeño lector discutía amargamente pero con infinito encanto con su progenitor sobre la cantidad y calidad de los artefactos de lectura que llevaba en su bolsa. Una pareja de recién adolescentes se besaban inconscientes de espaldas a todo el mundo mientras un impertérrito y venerable anciano posaba con fervor su vista en una reciente edición de aquel libro que de forma indirecta hablaba ya entonces de su vida.

Y así, mientras me enjuagaba la vista y los sentidos decorando mi fructuosa búsqueda de clásicos indie de la novela negra, amargas postales de las cloacas del país que gobierna el mundo o retorcidos ensayos sobre la soledad humana, así, entre gentes de paseo e intelectuales de nuevo cuño, entre libros que jamás serán abiertos y encuadernadas estupideces que serán devoradas por anónimos devoradores de estupidez, entre comentarios poliédricos sobre el tamaño físico de un ensayo o el tamaño figurado de un borrón, así, me di cuenta de que no estaba solo.