lunes, 17 de enero de 2011

Espejo

Algún día te darás cuenta y entonces osarás girar tu incómoda y exagerada cabeza esférica buscando abrigo, consuelo, consejo y bendición. Llegará ese fastuoso día como esa gota de limón que no esperabas en el borde del vaso y creerás que ese minúsculo dolor agradable que notas en la conciencia, esa dulce sensación de hinchazón que intuyes en el corazón, ese tiempo dilapidado en desprecios altivos, no era más que otro capítulo vacío de tus aburridos relatos. Espero estar allí para recordártelo. Para recordarte tu estupidez, tu necedad y tu torpeza. Será muy fácil. Será cuestión simplemente de colocar un espejo delante de ti.

Llegará el día en que descubras el fatigoso umbral de mis fascinantes y cinematográficas desdichas pero ese mismo día te darás cuenta que en lugar de entrar por casualidad por la parte de atrás bastaba con abrir tu misma las cortinas. Las cortinas que yo te enseñe por donde se abrían, por cierto, pero que te importó tanto como el resto de mi obra. Como cualquier cosa que pudiera o pudiese salir de mi talento. Nada.

Llegará el día en que descubras que eres imbécil y yo no. Que no has hecho nada y yo si. Que no eres nadie ni yo tampoco. Llegará el día en que te de cuenta que tú jamás dejarás de serlo.

martes, 11 de enero de 2011

Cuando

Cuando el día concreto lejos de ser lo de menos resultar ser todo contrario, cuando la lluvia ya no da igual y cuando el frío es realmente frío. Cuando pedir perdón, la brisa de todos los días, es tan absurdo como no pedirlo. Cuando empiezas a pensar que lo irreal es más que lo real porque lo real ni siquiera es. Cuando lo que es preferirías que no fuera y lo que fue ya nunca será. Cuando el tiempo no es un aliado ni un enemigo ni un espectador ni un purgante ni una medicina porque directamente no tiene nada que decir.

Cuando viajar en metro es una bendición porque viajar, de verdad, es una quimera. Incluso con la imaginación. Cuando el mundo es un sitio pequeño y asfixiante en el que es imposible estar solo a pesar de que en definitiva siempre lo estás. Cuando ser ignorado es un escalafón superior que se convierte en el objetivo de año nuevo. Cuando el cerebro es el único músculo que trabaja pero casi sería mejor que no lo hiciera y cuando el resto de tus músculos están literalmente agotados en el momento justo en el que se supone van a disparar el pistoletazo de salida.

Cuando tener sueño es una forma de vida y dormir una leyenda transmitida de boca en boca. Cuando las estadísticas estúpidas son el refugio del guerrero, los lamentos en el eter un crucifijo al que agarrarse y las listas de éxitos el basurero del talento. Cuando tu círculo cercano te utiliza gratuitamente para tapar grietas pero jamás te dirán ni siquiera que eres bueno haciendo eso. Cuando las promesas son más falsas que la risa y las falsas promesas cotizan en paridad con los apretones de manos.

¿Qué hacer?

lunes, 10 de enero de 2011

Grado de hipocresía

Los japoneses al menos lo reconocen. Reconocen tener dos personalidades en eterno conflicto pero aparente calma. Una es la personalidad pública. Sencilla, vulgar, reconocible. Como una bata de andar por casa o una suela de zapato de la que fácilmente se encuentran repuestos. La otra es la personalidad privada. La de casa. ¿La de verdad? Aquella que se alimenta de pureza barata y que pule su orgullo entre secretos de lupanar. Aquella que cuidamos como bonsáis de terciopelo que no hace falta regar y aquella que usamos en la intimidad de la intimidad para escarnio exclusivo del círculo íntimo. Cualquiera que éste sea. Pero, ¿existe de verdad ese sitio llamado intimidad?

¿Desde cuándo los japonenes son especiales?

¿Me quiere decir señor Jefe de jefes, me quieres decir señor resignado, que usted no es así? ¿Me quiere decir señorita prudencia y usted también, señora “buena gente”, que usted es realmente así? ¿Qué significa ser así? ¿Qué significa realmente?

Al final las sociedades modernas han resultado ser solamente una. Las sutiles diferencias, sutiles o abismales, hay que encontrarlas en el grado de hipocresía que manejan los peones de la partida. Del grado de hipocresía que cultivan y del grado de hipocresía que son capaces de soportar.

Del grado de hipocresía en definitiva.

martes, 21 de diciembre de 2010

Maldito egoista

No disfraces de despiste lo que no lo es. No enfoques esa mirada sucia y estúpida en mí parte de atrás cuando no te importa un átomo de hidrógeno lo que estoy diciendo. Cuando nunca te ha importado. No disfraces el desprecio en educación cartesiana porque ni es educación ni es cartesiana. Es perfume plastificado que sólo sirven en los pasillos enmoquetados por los que te mueves. Fuera de allí hueles a mierda.

Maldito egoísta.

No pienses que tu presencia lo arregla todo. No pienses que ayudar es ir. No pienses que ser es estar. No pretendas hacer que sufres cuando no lo haces. No te convenzas de ser genial cuando eres un pedazo de mentira soportado en un pedazo de mentira sostenido en un pedazo de mentira que al final, desprovisto del traje de princesa que te compraron en la cuna, das asco. Das pena. No eres fundamental para nadie así que no actúes como tal. No trates de dar pena clavando palillos en las uñas del que te ayuda. No pienses que todo en gratis para ti. No lo es. No llores cuando no vienen a limpiarte los calzoncillos porque hace tiempo que los calzoncillos deberías estar limpiándotelo tú. No pretendas dar lecciones de dar lecciones o al menos ten la valentía de esperarte a que el de enfrente no tenga corsé.

Maldito egoísta.

No seas tan cretino de pensar que despiertas simpatía cuando lo que despiertas es compasión. No abuses de la compasión cuando te pasas el día abrillantando tu ombligo. Egoísta. Has mamado egoísmo y egoísmo eres. Egoísmo das y egoísmo recibes. Egoísta eres.

Maldito egoísta.

martes, 14 de diciembre de 2010

La soledad del corredor de fondo

Nunca he sabido si la falta de palmadas en la espalda era por una evidente muestra de que no las necesitaba o porque sinceramente no las merecía. Nunca he sabido si la falta de palabras de aliento venían por una supuesta sensación de no ser necesarias o de si lo que realmente merecía era precisamente todo lo contrario. Nunca he sabido si la escasez de elogios eran consecuencia de una errónea sensación de ya haber recibido demasiados, eso de unos por otros la casa sin barrer, o que realmente el elogio que yo estaba esperando debería ser en realidad una feroz crítica a la línea de flotación. Nunca he sabido si las palabras de aliento sustituidas por frases despectivas aparentemente cargadas de ironía realmente estaban cargadas de esa ironía o era una doble ironía que lo dejaba todo tal y como sonaba.

Conocía la extraña sensación de sentirse solo cuando estás rodeado de personas pero no termino de acostumbrarme a eso de que nadie tenga a bien echarme una manta por encima cuando hacer frío. Especialmente cuando yo ni siquiera debería estar allí.

En cualquier caso siempre fue así. Siempre lo ha sido. Con unos y con otros. Conmigo.

Ayer también.

No termino de acostumbrarme pero me temo que es así.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Tirgu Mures

Siempre me lo había imaginado muy frío pero no hacía frío. Hacía sol en realidad. El camino desde el minúsculo aeropuerto le hacía a uno retrotraerse a los años más primitivos de la infancia cuando los coches eran muchos menos sofisticados (si es que eran), el asfalto de las carreteras no estaba limitado y se confundía con el campo limítrofe y el paisaje parecía congelado en los años 70. En la ciudad no era tan evidente el efecto.

Siempre me había imaginado montañas, castillos, pinos altísimos, oscuridad, penumbra y misterio en el país de los vampiros pero aquel bulevar no era muy diferente de cualquier que uno puede encontrar en Albacete. En algún lado estaría todo aquello pero no lo veía. Ni siquiera uno era capaz de distinguir a los húngaros de entre los que paseaban por la calle. Ni siquiera escuchándoles hablar. Ellos si se distinguían entre “ellos”. Yo no. Lo mismo eso explica un montón de cosas.

Siempre me había imaginado que las calles en Rumanía estaban llenas de ese tipo de gitanos que en la plastificada Europa Occidental asociamos eufemísticamente como “rumano” pero la verdad es que apenas fui capaz de ver alguno en tres días y el que vi (la que vi, realmente) apareció cuando estábamos parados en la puerta del mejor hotel a muchos kilómetros a la redonda. Le comenté a mi anfitrión nativo que estaba convencido de que su país tenía un... ¿“problema”? con la minoría romaní pero el sardónicamente me dijo que no. “que ya no”, dijo exactamente. “El problema ahora lo tenéis vosotros en vuestro país”.

martes, 2 de noviembre de 2010

Ojos borrosos

Simplemente fue girar la esquina y llamar mi atención. Íbamos en direcciones encontradas. Literalmente. Es cierto que la miopía todo lo atenúa y no es menos cierto que las docenas de caras y rostros anónimos que había entre los dos ejercían una especie de dulce nebulosa que todo lo confunde pero mi yo interior, ese del que solemos estar orgullos, fue capaz de reconocerla entre aquella bruma.

Según avanzaba por entre la gente, pisando con elegancia aquella gris y vulgar acera construida en cualquier parte su rostro se iba enfocando todavía con tímida nitidez. Incapaz de perfilar el contorno de su rostro, la ventana, si era capaz de trazar con menos imaginación de la necesaria una silueta estándar que sin embargo destacaba entre la medianía. Como esas fotos en blanco y negro que tienen un pequeño motivo coloreado en rojo intenso aquella anónima figura permanecía coloreada en mi subconsciente por alguna razón.

Entonces se acercó, nuestros ojos se cruzaron y así pude ver las lágrimas cayendo de sus ojos mientras colgaba el teléfono móvil. Mi mirada no tuvo ningún efecto en su ser y pasó impertérrita por entre sus dudas. Nos dimos la espalda. El color rojo se apagó y todo volvió a ser en blanco y negro.