lunes, 28 de marzo de 2011

El tren

Velocidad constante. Origen y destino predeterminados. Paradas programadas y un estricto horario que cumplir hipotecado al precio del billete. Justo o injusto pero es así. Es así y así será. Amanezca con esponjosas nubes de algodón en el cielo o con dragones infinitos de pulso desgarrador columpiándose sobre las desdichas de los seres humanos. Con una amplia y minúscula calzada pavimentada en terciopelo o con un sinuoso y estrecho trazado tapizado de mandrágora. Estás o no estás. Subes o no subes.

Es triste y curioso observarlo desde la distancia. Relajante y doloroso. Frustrante y tranquilizador. Dolorosamente inútil. Doliente dolor latente al observar desde la distancia el trazado elegante, la misteriosa estela y la perturbadora presencia de lo superior. Del otro lado.

Puede que no llegara por no tener el suficiente dinero para comprar el billete o porque no tuviese nada que hacer o porque mi sitio estaba predestinado para otra alma atormentada mucho más interesante que la mía o porque me habían puesto una tremenda barricada en el camino imposible de saltar o porque existía una exuberante valla prefabricada en la puerta de la estación o puede simplemente que las circunstancias no elegidas hacían que irremisiblemente tuviese que quedarme aquí. ¿Qué más da?

En el fondo da lo mismo cuando el tren se va. Cuando ya se ha ido.

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