lunes, 20 de septiembre de 2010

Campana de Gauss

Aunque cada uno deambulaba siguiendo direcciones distintas mi sensación era la de que todos seguíamos el mismo sentido. La placidez inocente de todas las mañanas se mezclaba con esa tenue luz de los amaneceres en días grises de otoño, esos días que pasaría por cálidos en otro contexto pero que aparecen fríos cuando el verano de facto sigue presente en el recuerdo. Los niños somnolientos eran incapaces de perder la sonrisa mientras los padres arrastraban unos brazos minúsculos por la explanada anónima. El sol seguía levantándose perezoso pero no conseguía que calentase ni mi cara ni mi corazón.

Realicé religiosamente mi nueva función que con precisión había sido añadida a mi lista de tareas regulares. Era y es absurdo razonar un porqué. La novedad provoco es hálito de ansiedad que provocan todas las novedades pero mañana la novedad sería rutina. Eso lo hacía todo más fácil. Doblé la esquina para entrar de lleno en el carril de siempre. En ese momento no era más que otro infinitesimal átomo imperceptible que como los demás teje la realidad sombría y tranquila que corona todos los días la campana de Gauss. Otro más, simplemente…

¿Acaso no lo era siempre?

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